Superbia, orgueil

Quisiera poder estallar en llanto, sacar el nudo que le inyecta lágrimas a mis ojos, tener el desahogo que muy probablemente necesito para poder avanzar, en vez de quedarme con esta mirada cristalina y triste.


Cuando he logrado darme cuenta que he dañado a otra persona con mis palabras o acciones, intento acercarme y enmendarme, pedir perdón, dar una caricia que delicada y dulcemente transmita mi emoción, mi arrepentimiento, la necesidad que tengo de estar en paz con esa persona, sin embargo, cuando no es posible hacerlo, esa emoción se convierte poco a poco en remordimiento, una astilla en el zapato, la persistente incomodidad que no te dejará caminar bien y a la que puedes llegar a acostumbrarte, convirtiéndote en un inválido por decisión propia.

Reconocer que he hecho algo que ha lastimado a alguien es el principio, pero... ¿Que debo hacer con este conocimiento? ¿Por que resulta aterrador e inconcebible articular de corazón la idea y emoción llamada arrepentimiento? Probablemente pienso que al reconocer mi error y pedir perdón por mi falta, seré un ser humano menos valioso, falible, imperfecto y con el orgullo llevado al extremo menos sano de todos, donde no haré nada por curar las heridas que yo mismo provoqué, donde el blandir la espada del insulto y la estocada que creí justificada son aciertos, en mi mente. Mi mente... 


No sé que siento al ver el daño que he causado... ¿Me siento orgulloso de mi obra, vale la pena defenderla, o convertiré en vacío aquello que antes tenía forma de amor? Porque una cosa me queda claro: 

El amor y el orgullo no son compatibles.

Comentarios

Entradas populares